Día 24
Han
pasado 24 días, 8 horas y 13 minutos desde que el mundo cambió. Las evidencias
habían estado ahí, pero nadie quiso hacerle caso. Era más fácil vivir en un
mundo corrupto que intentar cambiarlo, era más fácil cerrar los ojos.
Nada
recuerdo de todo lo que ocurrió, tan solo el tumulto de la gente corriendo,
huyendo de las sombras que aparecían a mares por la tierra y poblaban el cielo.
Los rayos de luz parecían tomar forma, buscando y erradicando aquellas formas
bestiales. Era una batalla, era una guerra y nosotros no teníamos nada que
decir o hacer al respecto. El único recuerdo nítido es del principio.
A las 12 de la
mañana el sol se volvió negro, conjurando un eclipse no esperado. La gente
salía a la calle, curiosa y asustada. Las radios de los coches solo hablaban
del extraño suceso ¡Un eclipse de sol total y visible al 100% desde todo el
planeta! Pasaban los minutos y las sombras no se retiraban, la gente se
inquietaba. Recuerdo que estaba al lado de una iglesia y oía como el sacerdote
exhortaba a la multitud con aquella ajada biblia. Tal vez si alguien le hubiera
escuchado…
El
ruido de las trompetas fue lo que sacó al mundo de su ensimismamiento y les
hizó temer. Fue como si cada nota pudiera generar el pánico más visceral. El
espacio y el tiempo daban igual a aquel sonido tétrico. Todos lo oímos como si
la trompeta estuviera a escasos metros, cada uno en mayor o menor duración,
cada uno oyó lo que le correspondía. El caos se desató. La gente corría a
refugiarse, intentando huir del estado salvaje en que había caído la ciudad.
Aquel sacerdote ordenaba a sus feligreses a refugiarse en la iglesia, pero
negaba la entrada al resto. Miles de personas quedábamos desamparadas mientras
la iglesia medio vacía cerraba sus puertas. Espero que aquel cabrón este aún
por aquí.
A
partir de ahí nada recuerdo. La gente formo una marea humana que poco a poco
fue tornando todo mí alrededor en un fondo gris uniforme. Sé que en algún
momento las sombras y las luces empezaron a elegir a gente. Aparecían, los
cogían y desaparecían en unos instantes, separando familias y amantes,
separando amigos. Poco a poco, la humanidad estaba despareciendo. En algún
momento algo cayó sobre mi cabeza y todo se hizo negro. Pensé que todo había
terminado.
Desperté
y la única constancia de lo ocurrido era el silencio. No había nadie, la ciudad
estaba en silencio. Tal vez resulte extraño pero eso fue mucho más inquietante
que todo lo ocurrido anteriormente. Me gustaría decir que actué como un
valiente y busque supervivientes, que actué con la calma de los héroes de
novela pero estaría mintiendo. Corrí, huí, me escondí. No me importaba el
mundo, tan solo seguir con vida. Recuperar mi vida anterior era imposible, pero
algo me impulsaba a intentar sobrevivir. Que inocente era.
Al
final alguien paso cerca de mi pobre refugio. Esperanzado, salí con la
perspectiva de compañía. Un hombre viejo andaba con paso cansado y vacilante.
Me acerqué para ayudarle hasta que se percató de mi presencia. Se giró y se
abalanzo hacia mí. Su cara era una mueca asustada y desencajada, su mirada un
pozo de locura. En su mano brillaba algo parecido a un cuchillo. Forcejeamos y
se lo clave en lo que debía ser su corazón. Grito de sufrimiento, cayó al suelo
pero no murió. Asustado, aproveche su caída y huí.
Desde
ese momento he huido de cualquier persona, he muerto más de media docena de
veces y aquí sigo. Algo nos cambió en aquel momento. El cielo y el infierno han
cerrado puertas y nos han dejado fuera. Mi nombre es Caín y al igual que mi
homónimo parezco estar condenado a vagar por la tierra, solo y hambriento. Temó
a la gente pero la locura me arrastrara si no hablo con alguien. Cada dos días
dejare en esta caja metálica algo escrito, tu que lo encuentras contesta si
estas en mi misma situación. El cielo y el infierno nos han dejado fuera, tan
solo nos queda una tierra devastada en la que no se nos permite ni morir.